viernes, 17 de junio de 2016

LO CONFIESO: ESTOY HARTO


Hoy día, las nuevas tecnologías ayudan en muchos casos, pero dan un arma a cualquiera para que pueda libremente disparar por doquier, aunque no tengan ni la formación, ni el criterio ni la experiencia suficiente para intentar dar lecciones a quien ni las pide ni las quieren en esto del vino
Te das una vuelta por la red y no tardas en descubrir, niñitos que se creen que saben todo sobre el vino y se atreven a dar catas sin catar el vino, simplemente insultando a todo aquel que no opina como ellos. El vino es lo que ellos dicen y todos, el resto del mundo, está equivocado, lo demás no vale, y te inunda la sospecha, catando los vinos “fenomenales que pregonan” que el interés económico está tras la crítica y tras la alabanza, corrompidos y encima insultando. Algún día hablaré más a fondo de estos niñatos, que hoy no toca.

Afloran por miles las crónicas de restaurantes, de platos, escritas, muchas, por gente que no tiene ni idea y que pretende emular a grandes maestros de la restauración, de la cata  no solo de vinos, de la cocina, desde la más sencilla a la más sofisticada y lees cada crónica que te quedas de piedra. Esos escritores gastronómicos que, creo que nunca han comido en un buen restaurante, pero se atreven a criticarlo.
Estos críticos de pacotilla, estos “expertos” que juegan a criticar, que van de modernos y que, aun así, si logran que los sigan, no se dan cuenta del daño que pueden hacer, que juegan con el pan no de un restaurante, sino de muchas familias, que lo hacen sin conocimiento ni la sapiencia suficiente para poder hacerlo.
Estoy harto de leer a diario a tantos y tantos que hablan de los vinos, con lenguajes complicados, esnobistas que son los dados a sacar aromas y sabores, que al no saberlos ni ellos mismos, proponen unos nombres y unas excentricidades imposibles, ridículas, unos aromas que la mayoría de nosotros, los comunes mortales, ni hemos olido ni creo que muchos lo olamos en toda nuestra vida, y sin embargo osan calificar así a un vino.
Me da risas algunas cartas de vinos de restaurantes, amoldadas a unos trasnochados gustos, desordenadas, repetitivas, manoseadas por el tiempo y sin información suficiente, con reiteraciones obsoletas y ninguna novedad, sin apertura ni a los vinos ni a nada que pueda sonar a nuevo, sin riesgo chispa ni gracia.
Cada día desprecio más a estos gurús del vino, que han conseguido que muchos vinos tengan que ser iguales para merecer ser puntuados, que un tempranillo de Cuenca deba ser como uno de Rioja, de Valladolid o de Granada, que exigen una tipificación, una adaptación a sus gustos. Cómo dijo el periodista argentino Alkejandro Maglione  “El vino habla en castellano o francés, no en inglés, en inglés, el wiski”
Y sin embargo cada día disfruto más de excelentes artículos que te brinda la red, de gente de calidad contrastada, gente con experiencia, gente, como hace poco Peñin, que sabía reconocer que con su experiencia aún se equivocaba, y aún era capaz de estremecerse por un buen vino, de jóvenes también, deseosos de aprender, con un lenguaje claro y directo.

Y disfruto, cada día más, de poder catar esos vinos nuevos, esos “experimentos” de valientes enólogos que no se quieren ceñir al “Inglés” y que hacen verdaderas delicias, nuevas, frescas, sorprendentes. Y ante una copa de estos buenos vinos, me alegro y disfruto pensando en la suerte que tenemos de tener tantas bodegas, tantos vinos distribuidos por toda nuestra geografía, y saber que aún nos aguardan sorpresas, ilusiones y poder probar vinos espectaculares aunque no tengan espectaculares puntos. Que yo bebo vino, no puntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario